Artículo original con el título ‘La máquina de hacer billetes, publicado en el número 404 de la revista ‘Siembra‘ en la sección ‘El rincón de los dineros’.

A nadie se le escapa que para construir carreteras y hospitales, para pagar nóminas y pensiones, y para conceder ayudas a sectores necesitados como el de la cultura, nuestros gobernantes necesitan dinero.

La mayoría sabe que esos dineros que el gobierno –local, autonómico o central– utiliza para tan altos menesteres sale de nuestros bolsillos. De lo que todos y cada uno de nosotros contribuimos con nuestros impuestos y cotizaciones.

Dicho de otra forma. Todas esas cosas no las paga el gobierno con su dinero, sino con el nuestro.

Esto es importante, no sea que por mucho pedir que el gobierno nos haga esto o aquello, nos vaya a salir luego cara la cuenta. Cómo el que va a un restaurante y se le va la mano con el Jabugo o los langostinos. Que están ‘mu ricos’, pero luego hay que pagarlos. Y eso ya no gusta tanto.

Fabricar Dinero

Cuando yo era pequeño pensaba que si el gobierno necesita dinero y al mismo tiempo tiene la capacidad de fabricarlo –en aquella época ni siquiera existía el Banco Central Europeo y el dinero lo creaba la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre– lo sencillo sería darle a la maquinita y empezar a fabricar billetes y billetes con los que pagar a proveedores y empleados.

Imprenta

En mi inocencia, creía que el gobierno podía hacer todo lo que fuera necesario pues tenía acceso a cantidades ilimitadas de dinero. Así que si no lo hacía era porque no quería.

El patrón oro

En aquella época escuché a alguien decir que el dinero que se podía imprimir tenía que estar respaldado por las reservas de oro del Estado y que cómo no había más oro, pues no se podía imprimir más dinero. ¡Claro! ¡Eureka! He aquí una razón convincente, pues el oro si que no se puede fabricar de la nada. ¡Era por eso!

Ya de mayor descubres que no. Qué desde el abandono del patrón oro a principios del siglo XX, las razones para no poder darse una alegría con la ‘maquinita’ son otras.

La ‘maquinita’ y la inflación

Durante los dos últimos meses hemos hablado de la inflación. De sus efectos sobre nuestra vida y nuestros ahorros. Pero lo que no hemos visto es la razón por la que existe inflación.

En Economía de mercado –y la nuestra lo es–, el mecanismo principal que fija los precios de cualquier cosa es la denominada ley de la oferta y la demanda.

Si sube la demanda de algo, sube su precio. Es más caro comprarlo porque más gente está dispuesta a pagar por ello. Si sube la oferta, baja el precio porque como hay demasiado producto, para venderlo hay que bajar los precios.

Tan sencillo como que los años en los que la cosecha es muy abundante los precios se desploman y cuando ésta es más escasa, se disparan. Pues con el dinero pasa lo mismo. Cuando hay poco, sube su precio, y cuando hay mucho baja. ¿Suena extraño?

Lo que ocurre es que no nos damos cuenta que cuando compramos o vendemos algo, lo que estamos haciendo es un intercambio. Y de la misma manera que alguien vende un kilo de patatas a cambio de un euro, el comprador lo que está haciendo es vender uno de sus euros a cambio de un kilo de patatas.

Esto es algo que vemos clarísimo cuando se realizan trueques y se cambian cosas sin dinero por en medio pero, por alguna extraña razón, nos cuesta un poco más verlo cuando el intercambio se realiza con billetes.

La realidad, no obstante, es que se trata del mismo mecanismo. Y cuando hay mucho dinero en circulación, su precio baja. Dicho de otra forma, pediremos más dinero a cambio de nuestras cosas. Es decir, éstas valen más caras. Inflación.

Así que al final, si imprimimos dinero para poder comprar más cosas, lo que acabamos pudiendo comprar son las mismas pero más caras. Y por eso no se usa la máquina, para imprimir dinero con algría.

Evidentemente, aquí faltan factores como la deuda y el comercio exterior, pero yo creo que por hoy ya tenemos bastante.

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