La CNMV acaba de lanzar esta campaña bienintencionada que pretende mejorar la protección de los consumidores frente a los abusos del pasado.
Para ello obligará a las entidades a etiquetar los productos que ofrecen a sus clientes con un código de colores según el riesgo.
La correspondencia de cada uno de los colores la podéis ver aquí.
Además del código de colores habrá unos símbolos para alertar de la iliquidez y de la complejidad.
Y todo esto está muy bien siempre y cuando no confiemos tan solo en esta leyenda para tomar nuestras decisiones de ahorro/inversión. Eso sería como si nos medicásemos tan solo leyendo el prospecto.
Conozco una persona a la que que su banco –no diré cual– le enchufó preferentes como un producto exento de riesgo. Y en el folleto ponía que estaba exento de riesgo. Así que estos códigos de colores son útiles si la entidad hace caso a la CNMV.
Pero es que además resulta que los productos financieros son como las medicinas. En realidad no son buenos o malos. Son adecuados o no adecuados para una persona o una situación en concreto.
Pongamos el ejemplo de un agricultor que quiere asegurar el precio de su cosecha de trigo. Ha tenido malas experiencias y quiere asegurar que al menos obtendrá un precio suficiente para cubrir sus costes.
Este señor puede hacer una cobertura de precio comprando una put a un precio determinado. Pero según la escala de la CNMV, las puts son instrumentos de riesgo (en realidad para el que la vende) y están enclavados dentro del epígrafe de mayor riesgo.
Y es cierto que operar con derivados y con ciertos instrumentos financieros es peligroso. Como también lo es abrir el botiquín y tomarse los medicamentos que uno considere sin consultar con un profesional de la sanidad.
Pues lo mismo. Antes de contratar un producto financiero asesórese con un buen profesional. Y una vez asesorado, el códigos de colores le servirá como el prospecto de las medicinas, para tener una idea.
En mi opinión, además de este tipo de campañas, deberíamos ir a la responsabilidad personal de los asesores sobre la adecuación de sus ‘prescripciones’ a las características y necesidades del cliente. De la misma manera que los médicos son responsables de aplicar los tratamientos adecuados para un cliente concreto.
En la actualidad la responsabilidad acaba siendo de la entidad en la que el asesor trabaja, que es como si la responsabilidad de lo que nos recetan fuera del laboratorio farmacéutico y no del médico. ¿Verdad que no parecería muy saludable?