Cuando se hizo público el contenido de la última reforma del sistema de pensiones, muchos pensamos que el incremento mínimo del 0,25% que había en la misma, sería el que efectivamente veríamos de aquí en adelante.
Y lo cierto es que por lo pronto eso será lo que pasará durante los próximos años. Lo que conllevará a una pérdida de poder adquisitivo de un 3% en esos tres años. Un 3% en tres años! Y eso en un momento en que la inflación está por los suelos como hemos visto en el primer punto de este boletín. ¿Qué pasará si seguimos con el 0,25% de revalorización, como creemos muchos, con una inflación más alta?
La matemática es muy sencilla. Imaginemos que perdemos un 2% anual y nos faltan apenas 20 años para jubilarnos. Nuestra pensión será entonces poco más de un 55% de la pensión actual. Recordemos que la pensión mínima apenas si sobrepasa los 600€. Y se quedaría en poco más de 330€.
Y eso si el diferencial entre la revalorización y el IPC es de algo menos de un dos puntos. ¿Y si es algo más? Recordemos, como hemos visto con anterioridad, que lo complicado es luchar contra la inflación. Veremos aumentos de precio superiores a los actuales no tardando mucho. Eso es seguro.
Y si no, miremos la evolución histórica de la inflación. La media española es algo superior al 3%.
Así que para evitar perder poder adquisitivo, no nos queda otra que subir las pensiones por encima de ese 0,25%. Y ya está. Fácil, ¿no?
Aunque, si echamos una ojeada la la evolución de la pirámide poblacional para los próximos años, vemos como la población en edad de trabajar es cada vez menos y tiene que alimentar cada vez a más y más pensionistas.
O de otra manera. En 40 años, podría haber solo 0,9 trabajadores por cada pensionista. Lo que hace muy difícil sostener el modelo actual.
Y tampoco podemos ir al endeudamiento.
Primero porque ya estamos altamente endeudados.
La deuda pública supondrá en el 2015 un 101,7% del PIB. Lo que quiere decir que tendríamos que trabajar todos durante un año entero y entregar todo lo que ganáramos al estado, para poder pagar el dinero que nos han prestado.
Pero sobre todo, porque lo malo de las deudas es que tarde o temprano hay que pagarlas. Así que solo sería retrasar –y agravar– el problema. Al final no nos estamos endeudando para financiar inversiones, sino para pagar gastos corrientes. Haciendo un símil familiar es como si tuviéramos que pedir una hipoteca, no para comprar una casa que nos durará años, sino para ir al súper. Y eso estaremos de acuerdo que es insostenible.
Así que seamos sensatos y preparémonos con tiempo para lo peor. Es bueno ser optimista. Yo soy el primero que suelo traer buenas noticias a la menos oportunidad.
Pero también es cierto que hay temas en los que todo se pone en contra y para los que hay que estar preparados por lo que pueda pasar. Este es uno de esos temas. Busquemos herramientas que nos permitan complementar la pensión pública. Lo vamos a necesitar.