Laura es una señora encantadora y además tiene la oportunidad de dedicarse a lo que le gusta. Es una persona que disfruta con el arte, el diseño y el interiorismo. Es detallista y le chifla decorar un piso y dejarlo perfecto para sus inquilinos.

Así que Laura, que se dedica a gestionar el pequeño patrimonio inmobiliario de la familia, no tiene la más mínima intención de jubilarse.

Cuando comenzamos ha analizar estos temas, fue algo que ella tenía clarísimo. Seguiría viviendo de sus alquileres. Y como ella misma decía, ‘No necesitaba un plan de pensiones’. Cosa que veo sobre todo en empresarios y profesionales liberales.

Normalmente son mucho más reticentes a jubilarse y sobre todo consideran que su jubilación será la empresa o el despacho. Incluso a veces consideran que no se jubilarán nunca.

Y no les falta razón si pensamos en el momento en que la mayoría de la gente se jubila. Pero yo analizo siempre la jubilación en dos fases bien diferenciadas.

Primera fase

En una primera estamos estupendos. Tenemos 65 años y nos comemos el mundo. Podemos viajar, salir, disfrutar. Y hay quien, durante esta fase, quiere seguir trabajando porque es lo que le llena.

Segunda Fase

Pero hay una segunda a la que no solemos hacer caso. Sobre la que evitamos pensar porque es fea, incómoda, decrépita. Y no nos gusta.

No nos gusta porque nuestras capacidades menguan y pasamos a reducir nuestra actividad e incluso a necesitar cuidados de nuestro entorno. Pasamos a ser más un estorbo que una ayuda. Suena crudo, pero es así. Será así. Porque además la alternativa es aún peor.

Pero volvamos a Laura. Ella, pensaba en la primera fase cuando decía que no quiere jubilarse. A sus cincuenta largos, ve que le quedan muchos años por delante para poder seguir haciendo lo que le gusta y no se plantea vivir de otra manera.

Pero entonces pasamos a hablar de la segunda fase. Esa en la que no le apetecerá perseguir a su inquilino para que le pague el alquiler o se le hará un mundo tener que reemplazar la caldera del agua caliente de uno de los pisos.

Nos dimos cuenta que llegará una edad en la que lo que le convendrá será tener una renta asegurada que le permita vivir sin preocuparse por todos estos problemas.

Y fijamos esa edad de ‘jubilación’ en los 80 años. Es decir, trabajaríamos para que a partir de entonces tuviera la renta necesaria para vivir. Y además nos encontramos con varias ventajas.

Primero como disponemos de más tiempo para acumular, en lugar de 150 €/mes, necesitaremos  50 €/mes por cada 100.000 € de capital final. Qué  ya es un gran ahorro.

Pero además, como estaremos menos tiempo disponiendo del capital, no necesitaremos  acumular 400.000 € sino apenas 126.000 €.

Así que haciendo cuentas, para jubilarse a los 65 años con los ingresos que habíamos determinado habría tenido que ahorrar 600 € al mes.

Pero en cambio a los 80, podrá descansar tranquila y sin preocuparse de nada con apenas 70 € al mes.

Cada caso es distinto y se tiene que analizar, pero ella está feliz con un futuro tan claro.

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